Los jóvenes de hoy no recuerdan a aquellos a quienes les deben la vida. No llaman a sus padres cuando son ancianos, no les escriben, no los visitan, y cuando consiguen una pareja estable, ni siquiera se la presentan. Así que los viejos tienen que tomar cartas en el asunto por sí mismos. El protagonista de esta historia lo hizo de una manera muy original. Después de ver películas sobre destinos fatales, fingió estar herido para jugar con los sentimientos de culpa y compasión. Excepto que, después de lo que hizo, este bastardo astuto no merece ninguna compasión.